«Obra como si la máxima de tu acción fuese a convertirse por tu voluntad en una ley universal de la naturaleza» Immanuel Kant, Fundamentación de la metafísica de las costumbres La pregunta la lanzó una persona durante una cena con bastante gente: ¿qué cosa incorrecta que nunca te hayas atrevido a hacer harías si supieras con toda seguridad que nadie te castigaría por ello? A partir de ahí, empezaron a surgir respuestas más serias de lo que en un principio parecía que serían. Respuestas que en algún caso incluso podrían llegar a tambalear la consideración moral de alguno. Y a continuación vino un interesante debate sobre qué pasaría si nadie nos viera, cómo actuaríamos si no se nos impusieran normas desde fuera, si no temiéramos a las consecuencias. ¿Podríamos mantener en todas estas circunstancias algo así como una autoley moral intachable que provoque acciones buenas en sí mismas? El imperativo categórico con el que empieza este texto -que nuestras acciones individuales sean tales que puedan convertirse en modelo para todos- vertebra toda la ética de Immanuel Kant. ¿Es esto sostenible? ¿Es esto, simplemente, posible? ¿Lo era entonces, en la época del filósofo prusiano? ¿Lo es ahora, trescientos años después de su nacimiento? ¿Es el ser humano-cada una de nosotras, cada uno de nosotros-- capaz de actuar siempre rigiéndose por una moral sin reservas, sin mácula? Kant apuesta por una ética incondicional, la de que siempre debemos perseguir el bien, aunque no obtengamos ningún premio, ninguna recompensa a cambio. El filósofo distingue dos tipos de ética: una autónoma, por la que uno mismo se concede el fundamento moral de sus propios actos; y una ética heterónoma, que, al contrario, es la que se basa en criterios externos, ajenos, decididos por otros. Él defiende la primera, la autónoma, y dice, además, que la ética debe ser universal: crear un marco bajo el que puedan juzgarse todas las acciones humanas.
Autor: VV.AA
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